El día que el Monstruo fue herido de muerte

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Todos crecimos con la historia de un monstruo monumental que dormía en Santa Úrsula. Un gigante de mil batallas. Generalmente tranquilo, cuando despertaba destrozaba a quien se le pusiera enfrente.

Asimismo, la leyenda contaba que de la mano de este monstruo caminaban 11 guerreros míticos que cuando lo tenía a lado, eran imparables. Todo enemigo moría de miedo cuando el monstruo de más de 120 mil cabezas rugía, y los 11 guerreros que lo acompañaban saltaban al campo de batalla.

Sin embargo, el gigante empezó a perder poder. Perdió sus 120 mil cabezas y se quedó con apenas 80 mil. Y esas cabezas se empezaron a volver monótonas, sus colmillos se fueron quedando sin filo, sus cánticos repetitivos y sus ganas de triunfar se fueron apagando.

Poco a poco, los rivales comenzaron a controlar el miedo y el gigante ya no se veía tan peligroso. Pero en su mente, el monstruo seguía siendo poderoso como él solo.

El 15 de diciembre de 2013 el gigante se vería de rodillas por primera vez, sí, décadas atrás había tropezado ante una máquina azul, pero se levantó y creyó ser inmortal. Una noche mágica de mayo de 2013 le hizo revalidar que su fuerza estaba intacta. Nadie podía lastimarlo.

Pero esa noche de diciembre de 2013 le abrió los ojos a la realidad. Era mortal.

Una pandilla vestida de verde no sólo venció sus 80 mil cabezas, sino que a sus 11 guerreros los despedazó como nunca antes se había visto. Sin embargo, una nueva batalla de diciembre de 2014 volvió a hacerlo engreído y soberbio. Pensó que la herida lo había hecho más fuerte, nuevamente un diciembre de 2018 lo convenció de estar intacto. La pandilla verde años atrás había tenido suerte, eso era todo.

Pero no, un año bastó para volver a verse de rodillas, una caravana norteña le arrebató una victoria segura. El monstruo no entendía qué había pasado. Nunca en su larga vida llena de triunfos había dejado escapar un triunfo de esta forma.

El 29 de diciembre de 2019, entre confusión y dolor, el gigante, el monstruo de Santa Úrsula cayó herido de muerte.

La agonía ha sido larga pero progresiva. No sólo las cabezas han perdido el hambre de triunfo, si no que sus 11 guerreros se han acostumbrado a perder.

Derrotas históricas contra acérrimos enemigos, derrotas ridículas con enemigos de siempre, derrotas sorpresivas contra enemigos menores. Eso se ha vuelto el día a día del Monstruo de Santa Úrsula.

Ya no despierta con hambre de comerse al rival, los dientes y las espadas ya no son afiladas. La sangre caliente ya no corre por sus venas. Es un espectro de lo que alguna vez fue.

Nuestro querido Estadio Azteca está herido de muerte y es cuestión de tiempo de que termine de fallecer. Lo mataron entre remodelaciones, jugadores pechos fríos, entrenadores con miedo a triunfar, afición monótona que vive de pasadas glorias, show barato de pirotécnica y una voz oficial más que nefasta. Ante nuestros ojos hemos perdido una de nuestras grandes armas y no hay terapia que lo reviva.

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