Uno de los máximos representantes de la escuela del Fútbol Total ha dejado la vida terrenal para unirse a las estrellas en el firmamento.
La generación que creció bajo la influencia de sus Águilas Africanas quedó unida de por vida al recuerdo de ese América.
Aquel de Biyik y Kalusha.
El de Zaguinho.
El del naciente Cuauhtémoc.
El de las goleadas.
El de las volteretas.
El del baile de la Macarena.
El del fútbol espectacular.
Pocas veces se había visto un multicampeón de Europa en territorio mexicano y el neerlandés se presentó a lo grande.
Don Leo arribó en el año noventa y cuatro del milenio pasado. De trajes beige a juego con su melena rubia platinada y sosteniendo un habano en los labios, hizo saber que el jefe había llegado.
Tras pocas semanas de incertidumbre, en la que sus picapiedras aprendían nociones básicas de fútbol vertical y menos pases intrascendentes, aprendieron no solo a caminar, sino a volar.
Así de grande fue la revolución futbolística que representó su llegada.
Por primera vez, el Americanismo creyó en la magia.
El Americanismo vivió en éxtasis.
El Americanismo volvió a creer.
El Americanismo se volvió a agrandar.
El Americanismo usaba ambas manos para contabilizar anotaciones.
Los testigos de aquella época reafirmaron su fanatismo por el conjunto de Coapa.
Deseaban y anhelaban lo que Don Leo trajo cuál conquistador europeo: goles, espectáculo, alegrías.
Don Leo no vino a robar oro.
Vino a dárnoslo.
MALDITOS SEAN
El problema de lo bueno es que dura poco.
Su paso por Coapa fue breve. No cumplió ni el año, porque la prepotencia que caracteriza a los altos mandos mexicanos se hizo presente y le echó sin miramientos.
Que si le ordenaron congelar a Del Olmo y se rehusó.
Que si lo citaron a junta y no quiso ir por preferir jugar al golf.
Que si quería vivir en Cuernavaca y no en Ciudad de México.
¡Eso qué!
Las estrellas son así. Son especiales, y hay que saber manejarles.
El tipo había revolucionado al Club América y el fútbol mexicano moría de envidia.
Había que darle las llaves de Coapa.
Sin embargo, Don Leo fue borrado de un plumazo y, semanas más tarde, se consumó la eliminación de un equipo destinado a ser de época.
Quien vivió esta etapa nunca pudo reponerse a tal evento traumático.
El Americanista jamás olvidará que pudieron más los caprichos de un directivo antes que ver campeón a un equipo que cumplía seis años con las vitrinas más secas que desierto sonorense.
Malditos sean para siempre, Diez Barroso y Rubolotta.
EL REGRESO Y SU LEGADO
La parcialidad Azulcrema siempre esperó su regreso.
Pasaban los años y Don Leo no se hacía más joven. La historia parecía inconclusa hasta que el América decidió un día enmendar su error, o, por lo menos, intentarlo.
Volvió en 2003 con un nuevo panorama al frente.
América tenía poco de haber roto su sequía y procuraba volver a los días de Fútbol Total después de que Lapuente hubiese mandado a todos al circo si querían espectáculo.
La realidad es que aplicó el “segundas partes nunca son buenas”.
El equipo funcionó, pero los resultados distaron de acompañarle.
El fútbol total quedó en Países Bajos y poca gloria recordable quedó de esa etapa.
Aun así, Don Leo y su amplia experiencia se las ingeniaron para dejar un recuerdito: el debut de Guillermo Ochoa.
Don Leo dio confianza al flaco y volador juvenil Azulcrema quien respondió desde el día uno como figura absoluta y que, a la postre, ganaría el estatus de leyenda del Club América.
Su entrenada visión y colmillo de viejo lobo le indicaron que el ricitos de oro era su guardián del arco y vaya que acertó.
Su fútbol no era espectacular, pero su muchacho sí.
Aquel que metía el guante en donde otros solo podían soñar.
SIEMPRE EN NUESTROS CORAZONES
Don Leo se fue sin ganar títulos, pero es el único entrenador que pudo presumir de vivir en la memoria colectiva del americanismo que vibró aquellas noches mágicas ante un estadio Azteca que, por unos meses, creyó, soñó y disfrutó a su equipo como pocas veces.
Gracias por las alegrías, Don Leo.
Siempre nos diste más de lo que nosotros a ti.
Dejaste este mundo, pero nunca nuestros corazones.
Vuela alto, y donde sea que estés, enséñales cómo se juega a la pelota.
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