El día que me volví aficionado del Club América (siendo de otro país) Parte I

De Ecuador para el mundo.

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De Ecuador para el mundo.

Ok. Creo que es la hora. Acá son las dos de la mañana. Tarde, pero la hora perfecta para despejar mi mente. En la tranquilidad de la noche podré narrarles con mayor calma acerca de cómo conocí y me enganché con el América. Un Club que, de seguro, una vez que conoces bien, no puedes dejar de querer y los que lo odian es porque no están listos para tanta belleza.

Con 7 años aprendí lo que era el fútbol. Deporte al que, a mis 19 años, aún sigo amando. Soy oriundo de Guayaquil, Ecuador y el fútbol aquí es lo que más se respira.

Uno de los sucesos que más se recuerda aquí es la Libertadores del 2008. ¿Por qué? Fue la primera vez que un equipo ecuatoriano ganaba un certamen internacional oficial.

Sin embargo, a mí no me interesa hablar de ese equipo, lo que interesa es que en dicho certamen que conocí a las Águilas del América.

En esa ya lejana Libertadores todo el país apoyaba a la Liga Deportiva Universitaria de Quito. No se confundan, la Liga era un equipo muy bueno, siendo una de sus particularidades la enorme efectividad que tenía jugando como local, en el estadio conocido popularmente como la Casa Blanca. Con la altura como aliada en casa y con sólidos encuentros de visitante, la LDU llegó a las Semifinales.

Mi mamá era de las personas que estaban expectantes de la participación de los quiteños, sumado a que ella misma era hincha de Liga. Y yo, como buen hijo pequeño, le seguía.

Y… ¿Contra quién le tocaba a Liga en semis?

Cuando comenzó el partido de Ida puse atención al rival. Era un equipo mexicano, cuyo nombre quedó grabado a primera instancia en mi joven mente: AMÉRICA. No sé si era porque tenía el nombre del continente americano, pero me sonó como un nombre bonito para un club de fútbol.

Sus colores eran llamativos para mí, un amarillo muy brillante con un toque de azul, los cuales me atraparon desde el primer instante. Y sobresalía algo más, el arquero que resguardaba su arco: nada más que Memo Ochoa. El primer jugador de las Águilas al cual reconocí y llamé por su nombre.

Ahora, más de una década de distancia de aquel partido, me llama la atención que conocía el nombre de aquel joven arquero mexicano, no recuerdo bien de dónde quedó su nombre guardado en mi mente, lo que sí sé es que debió ser un excelente arquero para que alguien como yo y a mi edad lo reconociera. Más tarde supe que Salvador Cabañas era parte de ese mismo grupo, aunque no recuerdo que si en el primer momento también lo supe distinguir de entre todos los hombres campo.

Honestamente, no recuerdo muy bien de cómo transcurrió ese partido, sólo del resultado final, un 1 a 1. El partido de vuelta no me lo pude ver, pero supe por mi madre que había sido otro empate, ahora sin goles. Para mi sorpresa, América le había sacado un empate a Liga otra vez, lo cual era atípico para mí (Liga acostumbraba a ganar el partido de local en esa Libertadores).

Intrigado, pensé que la eliminatoria se había definido en penales, pero para mi sorpresa mi madre me indicaba que por gol de visitante la Liga estaba en la Final. A mi corta edad, el gol de visitante era un factor de desempate desconocido.

Para sorpresa del continente, la Liga terminó ganando aquella Libertadores, situación que en lo personal no me hace muy feliz recordarlo a pesar de mi origen ecuatoriano. Sin embargo, ese equipo dorado y combativo llamado América quedó grabado en mi mente desde entonces. Sólo que, para ese tiempo, no sabía la importancia que llegaría a tener más adelante en mi vida.

Pasaron los años, crecí y fui educándome más sobre el fútbol. Aprendí de muchos equipos, de grandes del fútbol mundial, las ligas, las copas, selecciones…y a pesar de que el tiempo había pasado, aún tenía vagos recuerdos de ese equipo mexicano que había visto en las Semifinales de la Copa Libertadores. El América.

¿Cuándo lo volvería a ver?

Es entonces que, a mis 11 años, llegaría otro momento definitorio para mi formación como americanista.

Mi padre se encontraba mirando el fútbol mexicano. Era una Final. Al mirar el televisor mientras acompañaba a mi padre se presentó ante mí el América. Otra vez nuestros caminos volvían a encontrarse. En esta ocasión no era el apoyo de mi madre hacía un equipo de nuestro país, el motivo era que mi padre quería conocer el destino del gran jugador ecuatoriano Chucho Benítez, quien nos dejó un gran dolor al conocer de su prematura muerte. Naturalmente, él apoyaba al América, equipo donde jugaba nuestro compatriota.

Lastimosamente, un equipo con nombre de cadena de farmacias (en Ecuador) llamado Cruz Azul empezó ganando 1 a 0 de visita. Pasaban los minutos y nada más sucedía. Todo seguía igual. De vez en cuando iba a ver marcador, mientras que mi padre, expectante, se mantenía inamovible frente al televisor. Y para ser sinceros, la situación estaba cuesta arriba para el Chucho y sus compañeros americanistas. Nunca olvidaré que para mis adentros pensaba: “Ese partido está perdido”.

Pero que equivocado estaba. En uno de esos vistazos rápidos me di cuenta que las Águilas habían empatado. Era el 1 a 1, sin embargo, aún les faltaba un gol y quedaba poco tiempo para que finalizara el encuentro. Esta vez, me quedé viendo el partido.

A falta de un minuto veo al arquero del América sube para un tiro de esquina. ¿Qué? ¿Está loco? Pensaba mi mente de niño. ¿Cuántas veces un arquero mete goles de cabeza?

Y sucedió. El tal Moisés Muñoz se lanzó de palomita y marcó el gol que le daba vida al América. Mi padre y yo no lo podíamos creer. En especial yo. Acababa de ver a un arquero meter un gol al último minuto en una Final. Sin dudas es algo que no ves todos los días. Pero había algo más que aún no podía procesar: la tremenda remontada que el América había dado. Yo no les daba esperanzas. Yo veía ese partido perdido. Pero resultó que en los minutos finales pasaron de perder 1 a 0 a ganar 2 a 1 y forzar así los tiempos extras.

Simplemente increíble.

Cuando la tanda de penales finalizó y el América se coronó campeón del fútbol mexicano, mi padre y yo sabíamos que habíamos presenciado un milagro. Mientras pasaban la celebración de las Águilas, la desdicha de los farmacéuticos y las repeticiones de un tal Piojo Herrera transformándose en Super Saiyajin 3 (celebrando), yo pensaba en si lo que había presenciado era verdad. ¿Cómo era posible? El América volvía a darme una muestra de determinación. Pensé que iban a perder la final, que no había manera en que remontaran a la desventaja, pero las Águilas terminaron coronándose campeonas. En pocas palabras, el América volvía lo imposible para mí en posible.

Puedo decir con toda seguridad que ese Clausura 2013 fue un punto de inflexión para mi conversión al americanismo. Sin embargo, fue más un proceso que algo inmediato.

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Luego de esa final empecé a tener cierta admiración por el Club. La clase de admiración que le tendrías a equipos grandes. Sin embargo, la diferencia es que veía al América como un equipo especial. Aún no lo seguía, pero sin saber mucho sobre la liga mexicana, yo entendía que el América debía ser un grande de México. Y no sólo eso, yo sabía que las Águilas debían ser un grande del continente, aún desconociendo de la historia del Club. Yo presencié la grandeza del América mucho antes de conocer sobre ella. Raro ¿no?

No tanto ahora que lo pienso, porque el América me dio las pruebas para pensar eso. Es como si el América se hubiera dado a conocer a mí personalmente. Y les soy sincero, se me hace bastante bonito pensarlo así.

Luego de esa experiencia pasaron muchas cosas en mi vida, pero nunca me olvidé de las Águilas. Siempre había algo que me hacía recordarlas. Ya sea esa Semifinal de Libertadores o con esa infame frase de los antis la cual no pondré aquí y de la cual nunca sentí simpatía o cuando veía a Memo Ochoa tapando en la selección mexicana. Hasta ese FIFA 17 con la Liga MX cuyo modo carrera lo hice con el mismo América. Yo ya estaba en colegio, habían pasado años de aquella final y aún el recuerdo de aquel equipo seguía en mi mente, resurgiendo de vez en cuando, en momentos de hablar, ver o jugar al fútbol. Para esta etapa de mi vida ya tenía simpatía por el equipo. Pero aún no lo seguía como lo hago ahora. Simplemente pensaba buenas cosas de él.

Hasta que llegó el momento en que decidí seguir al América. Fue algo casual, de hecho…

Continúa en Parte II

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