Un año lejos de Casa

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El miércoles 11 de marzo de 2020 fue el último día que el Estadio Azteca recibió público, en ese momento las Águilas del América enfrentaban al Atlanta United por los Cuartos de Final de la Concachampions 2020.

Ya el Covid-19 había llegado a México y poco a poco los casos se incrementaban, la gente empezaba a tener miedo y por ello el Estadio no tuvo tantas personas en sus tribunas. Los aficionados decidieron esperar al Clásico Joven, que se disputaría el domingo siguiente.

Pero no fue así, los pocos que estuvimos aquella noche nunca nos imaginamos que un año después estaríamos aún lejos del majestuoso Estadio Azteca, con miles de muertos a cuestas y con un mundo totalmente cambiado.

Casi a diario paso por el Coloso de Santa Úrsula, mis tareas profesionales me hacen manejar muy cerca del inmueble de las emociones. Y siempre que lo veo lo extraño, triste de verlo solo y, peor aún, sin fecha de regreso.

El Estadio Azteca ha sido, como seguro estoy de que lo es para millones más, siempre un lugar especial para mí y mi familia. En sus tribunas hemos vivido de todo. Desde la felicidad máxima que hace brotar lágrimas de emoción hasta la tristeza profunda y terrible decepción.

El Coloso de Santa Úrsula es parte importante de nuestra forma de ser y vivir. De mis primeros recuerdos de la infancia son en el Estadio, sentado aguantando el sol a que el juego iniciaría, paciente. Los juegos a las 12 del día eran la mejor manera de pasar el domingo en familia. Sus tribunas han sido testigo de la transición de la infancia a ser considerado adulto, la primera cerveza en el Estadio es un rito familiar importante, así como como la primera vez que manejas hacia él. La primera visita de un nuevo miembro de la familia es el bautizo que realmente importa.

Cada inicio de torneo, en el primer partido de la temporada en casa, la sensación no cambia, desde que tengo uso de memoria al día de hoy, llegar al Azteca tras el descanso entre torneos es especial. La ilusión de un nuevo inicio sin importar cómo acabó el torneo pasado es algo que te hace caminar con alegría las rampas y pasillos, encontrar tu lugar y ver caras conocidas alrededor. Los vecinos de tribuna que se vuelven elementos comunes de tu vida. No los verás en otro lado, pero vives con ellos la misma pasión, algo que sólo puedes vivir en un Estadio.

Las Águilas del América han sido indispensables en lo que he vivido en el Azteca. Desde aquellas tribunas de concreto que tiemblan cuando la nación Azulcrema lo topa hemos vivido cosas extraordinarias. El gol del Misionero Castillo que nos hizo tocar el cielo como nunca, el pase de ramona de Edú que nos mostró lo hermoso que es el fútbol, el gol de Moisés que nos hermanó a todos los presentes que terminamos abrazados con gente que nunca volverías a ver, el atajadón de Zelada en la Final del Siglo que nos hizo creer que esa tarde sería la más grande en nuestra historia, el gol de Pablito Aguilar que tras un terrible año 2014 en lo personal (sin dudas el peor año que nos ha tocado a vivir como familia) le daba un cierre que nos hizo respirar. Todo eso y más lo viví desde aquellas tribunas de mano de nuestras queridas Águilas del América.

Y no sólo eso, el Azteca también me acompañó a vivir cosas extraordinarias vestido de verde. Durante la celebración de aquella Copa Confederaciones, el Estadio se caía de felicidad, un señor que presenció el partido en el asiento de a lado, entre lágrimas, se volteó y me dijo: “Para vivir esto otra vez hay que volver a nacer”. Y afortunadamente no, no tuve que volver a nacer para volver a celebrar como sucedió en esa noche. Disfrutamos el campeonato del mundo Sub-17 como si hubiera sido el de la Selección mayor. Y cómo olvidar cuando el Coloso se rindió ante Cuauhtémoc Blanco en aquella tarde que nos terminó de llevar al Mundial de 2002. Agradecido estoy de haber vivido esos momentos con la Selección, así como haber estado en la inauguración y final del Mundial 1986, al igual de haber presenciado el concierto de Michael Jackson y Paul McCartney.

Conozco el Estadio Azteca desde la rampa de acceso a los vestidores, hasta la cancha y el techo (literal). Sus pasillos y rampas son parte esencial de mi vida, y los extraño, como extraño mi lugar y ver a mis Águilas en vivo, extraño tomarme una cerveza mientras discuto el partido con mis familiares y vecinos de tribuna, extraño salir feliz y hasta extraño salir decepcionado.

Extraño mi casa.

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